La emperatriz de una nación caída fue arrastrada al imperio enemigo. A pesar de todo, el Tesoro de Grandel seguía siendo precioso. Sin embargo, al final ella era solo una cautiva que iba a ser ahorcada por los salvajes. Eliza quería evitar ese resultado sin importar qué, incluso si tenía que decir mentiras escandalosas. Solo había una opción: el hombre conocido como el perro guardián de Banella, el comandante del imperio enemigo y un guerrero humilde y vicioso: Lezet Christian. Eliza tuvo que convencer a este hombre frío y obstinado que estaba frente a ella. Con voz temblorosa, dijo: “Te daré un hijo”.