Llevaba nueve años en el cargo de duquesa de mi marido tranquilo e indiferente, pero lo único que me quedaba era desprecio e indiferencia, y que se me acusaba de tener una historia de amor: - Ahora es un límite soportar este matrimonio. No importa cómo llores y golpees al Emperador, no puedo soportarlo más. -Si. Si. ¿Puedo firmar aquí? - Entonces, si finges ser pobre como la última vez, esta vez… ¿Qué? Agité papeles de divorcio en un día indiferente. - He terminado. ¿Puedo ir ahora? - Oh, no tienes que hablar de pensión alimenticia, dote, solo devuélveme mi dote. - ¿Qué vas a hacer con ese poco de dinero? Mi esposo, a quien no le había importado lo que había hecho durante los últimos nueve años, me hizo una pregunta en su voz. Me reí con seguridad y respondí: - Voy a abrir un café de postres.